Escarmentando al perro (oh, my dog)

Publicado: 9 noviembre, 2010 de Frankie en la epopeya, Placeres que atormentan

Hombre (yo) vs Perro.

Lesioné  mediante manipulaciones al perro de una vecina y es algo que lamento y llevo clavado como una espina en mi conciencia. Ya han pasado los años, pero lo recuerdo como si hubiera pasado esta mañana (es que estoy escribiendo en la tarde noche, maj@s)

Fue una de las más importantes decisiones morales que he tomado, dado que nunca había matado una mosca hasta aquel entonces. Decidí justamente eso, matar si era preciso antes que ser la víctima de un cuadrúpedo. Y aunque era víctima directa suya, también lo era indirectamente de la incalificable sopla******  de su dueña, una abanderada de la irresponsabilidad y auténtica tirana vecinal.

Los ataques de perros domésticos a personas demuestran que el perro siempre es el mejor amigo del hombre, sí, pero de un hombre, uno y para de contar y no siempre. Y más ahora, con el aislamiento urbano en nuestros bloques colmena ¿Pero como empezó toda la historia?  ¿Con los cromañones quizá, en las hogueras?

Podría ser. Mi vecina era una cromañona moderna y en su casa no habían hogueras sino lámparas caras. Además de ello, poseía un formidable pastor alemán, cautivo en el piso todo el día como el prisionero de Zenda. Es posible que algunos de sus genes rebeldes le hicieran desfilar imágenes de bosques por donde perseguía presas, no sé. Sería tema para algún psicólogo canino, supongo (me enteré de que existen, manda cojones)

Pero el chucho solamente salía del piso cuando la vecina lo pedía por el telefonillo a las hijas. Tenía la tienda al lado del patio, la cerraba y tocando el timbre gritaba como una posesa: «Aabre la pueerta y que salga maskón, niiñaa…» Aaay, díos. Aaay. Esa hora, serían nueve y media o así, era cuando  llegaba yo del instituto, con horario nocturno en aquel curso.

Y una de cada tres veces, por  lo menos, se repetía la misma secuencia de pesadilla, por algún tipo de coincidencia diabólica. A mí me pillaba subiendo a casa de mis padres por un patio sin ascensor y escuchaba el grito gutural cuando estaba entre pisos,  en medio de la escalera, atrapado entre la bestia bajando folladísima y la dueña abajo en la salida, pletórica como una verdulera maníaca.

Y allí estaba, dioos, madre mía, allí bajaba enfilando escaleras con el hocico negro apuntando hacía a mí, que subía con las carpetas y los apuntes. Era siempre un momento intensísimo y  el vello se me ponía como las escarpias. Inciso: ¿verdad que mola? Pues yo evitaba mirarle el morro, sintiéndome como un cordero ya degollado y fijándome en la escayola del techo, no obstante, descubriendo inesperadamente lo chula que era, oyess.

La fiera, que bajaba ladrando como el mismísimo Perro del Infierno, dejaba de hacerlo por un instante y consideraba la situación. Era algo rápido, se lo había grabado a fuego la evolución y le dictaba que yo no valía la pena. Un breve gruñido y para de ladrar y contar.

Pero ¿y yo? ¿que era de mí? Mi persona era un amasijo de nervios, con la adrenalina chorreando a espuertas y con taquicardia para media hora. «¿Otra vez el perrito, hijo?»   «Sí, mami, sí, otra vez ese animalaco de mierda» (Yo, con la cara blanca como la harina al llegar al hogar…que trances, señor…)

Y decidí terminar con aquello. Así, en uno de esos momentos de crecimiento en los que te haces con las riendas de lo que vives. O eso piensas ingenuamente, ja. Tenía en mi casa un bloque de parafina blanca, material resbaladizo y untuoso donde los haya. Lo saqué de la fábrica de un pariente, donde lo usaban para reducir la fricción de las piezas de madera al pasar por las máquinas. Era muy eficaz para eso y también para que resbalaran espectacularmente  los operarios descuidados, vaya capullos, con toda la que caía espolvoreada al frotar.

Aquél día, salí una hora antes de las clases y comprobé cuando llegaba que la tienda de la vecinita aún estaba abierta. Viendo esto, subo hasta mi casa a toda virolla y me pongo a controlar desde la ventana de mi cuarto el cierre de la tienda, que el diseño del edificio, haciendo ángulo,  me permitía ver.

Y ya veo como baja persianas…agarro el cacho de parafina y subo hasta un rellano intermedio entre pisos, donde no hay puertas…me pongo a frotar como un poseso el suelo…esta porquería se vuelve casi invisible cuando la frotas…estoy exultante y cardíaco, pero como me vea alguién ya puedo fallecer…y abajo a casita, corre.

Y por fin el grito de llamada,  la berrea de todas las noches. «Aaabrele a maskón…, jaarl». Y en efecto, este bicho de nombre estúpido sale de estampida, conmigo oyendo a través de la puerta, entreabierta apenas un milímetro. Las uñas bajan rasgando, la escalera resuena  enterita con el can, hasta que… ¿qué? Una interrupción. Sutil. Un deslizamiento, un «aiing» agudo, desencajado y un topetazo seco, brutal.

Y luego la debacle, la de Dios es Cristo, juas, juas, juas. Es crudo confesarlo pero casi me entra el orgasmo de puro placer asesino. Allí había un animal chillando histérico que ya no bajaba escaleras ni ganas que le quedaban, las hijas corriendo a ver y la madre que sube, todas ellas chillando. El perro acabó con una pata rota y la mandíbula desencajada de por vida. Esa misma noche lo llevaron vete a saber donde, un veterinario de guardia, no sé.

Vecinos que acudían atraídos comentaban lo de que será «esa guarrería resbalosa que hay por el suelo, quién la habrá derramado». Justamente, esa frase, hizo que se me pusieran las gónadas por corbata pero, afortunadamente, nadie pareció atar cabos.

La cuestión es que no se mató, menos mal. Posteriormente, lo bajaban cojeando las hijas y a veces veía, con pena y remordimiento, la mandíbula tan fea que le quedó, mostrándome el fracaso de la convivencia entre animal y bestia. Decidid vosotros quién era quién. A mí, la sensación de triunfo me duró poco.

Un saludo perruno. Y lo siento en el alma, maskón.

comentarios
  1. Descla dice:

    Jajajajajajajajajaja.

    Con la distancia da penica, pobre Maskón, jajajajaja.

  2. Blue dice:

    Ja, ja…tuviste suerte de que no te vieran, y de que no fuera la cromañona la que cayó.
    ¡Animalito!…(y ahora decide tú a quién me refiero 😉

    Saludos.

    *Me gusta esa etiqueta de: placeres que atormentan, ja, ja.

  3. Blue dice:

    También me gusta ese dibujito que sale conmigo. Y es que estuve en otro blog en el que el tal dibujo era la cara avinagrada de un tío con bigote…¡De verdad que «mese» quitaban las ganas de comentar!

  4. Sim dice:

    Muy buena. El perro se lo buscó. Que aprenda a bajar las escaleras….
    Aún me acuerdo un día, me voy al piso de arriba, los vecinos eran buena gente pero su perro no. Entro, el perro lo primero que hace es encajar mi mano en su mandibula. No apretaba a matar pero tampoco era agradable. De esta guisa recorrí el piso hasta llegar al salón, donde estaban los vecinos comiendo. Pasa, pasa, passa… Yo padentro, con el perro colgado de la mano… Este Monri o Kike o no me acuerdo, que juguetón. Fue el único comentario. Si llego a saber el truco de la parafina….

  5. francissco dice:

    Sí, con la distancia da penica, Descla, ja, ja, pero con la cercanía daba pavor, juasjuas

    Blue, no sabría decir quién era más animal de los dos, jejej. Bien cierto que maskón nunca me atacó y su dueña cromañona sí (verbalmente). A mí y a todo el vecindario, menuda elementa era, lástima no resbalara ella, aaay. Por lo de los dibujitos es cierto, hay blogs que te pintan un careto que ya predispone a quien va a leerte, tiene narices, ja, ja

    Sim, ese perro tenía una costumbre abominable y terrible. Adivina en qué momento al animalito no se le va a cruzar un cable y te va a descuartizar la mano. Seguro que si ocurriera dirían: «Ay, pero si nunca había hecho nada a nadie» No, claro, hasta ahora no.

  6. maxtor dice:

    Si por alguna fatalidad te llegan a pillar frotando la cosa esa resbalosa por el suelo del rellano, entonces sí que se te cae el pelo, ja, ja. De todas maneras, la obligación de un propietario de perro era bajarlo atado de su cadenita. Eso de dejarlo bajar a su aire…

  7. Lito dice:

    La próxima vez que tengas un problema con un perro le muestras impresa al dueño la entrada del blog, para que sepa con quien se la juega. Menos mal, que el maskón ese «decidía» que no representabas una amenaza para el, porque sino te podrías haber llevado algún bocadito cariñoso. Un saludo a esa vecina simpática 🙂

  8. knut dice:

    Hmmmm.

    Cuánto canicida hay por ahí suelto, imagino que arrasarías con los cínicos griegos que es cosa mala, juas juas juas.

    Como sabes tengo dos perros, un golden retriever y una Rottweiller, por lo que es obvio que pertenezco a esa extraña secta de los amantes de los perros (en mi caso vertiente cínica, claro, que el nombre tira)… Sin embargo y con todo tengo un vecino, cuyo nombre no recuerdo pero que acabó por ser conocido en mi familia como El Amamarla después de mi pequeño incidente con su perro, sus hijas adolescentes y finalmente él. Este señor deja encerrado a su perro fuera de su casa, es decir, encerrado con cualquier otro vecino que tenga a bien querer salir de la urbanización por medios no aereos ni subterraneos. Como suele pasar en estos casos el susodicho (el perro) es muy bueno, a pesar de haberse comido un perrete del vecino de al lado (perrete, dícese de aquellos canes de pequeño tamaño, peludos y de muy mala leche) , y sacarle un ojo a otro. Por supuesto sus dueños entienden que cuando el perro se te echa encima del coche, con nocturnidad y alevosía, todo él bestidito de babas blancas es por una cuestión meramente de amor canino. Él bicho da muestras de afecto.

    Por eso una noche que volvía del quinto pino, tarde y muy mosqueado, en plena canícula de agosto nocturno, sin esperarlo cuando el perro se me tira encima del capó, cual oso amoroso con rabia, yo que ya estaba rallando mi límite de antes no se me ocurrió otra cosa que enfilar el coche hacia él. Debo decir que no son pocas las veces en las que reclamé al dueño que entendiera tener al perro encerrado como dentro de los límites de tu propiedad individual, no la comunitaria. Y ahí estaba yo, cansado, con ojos asesino y aquel perro. Para mi desgracia las hijas de dicho vecino estaban a 1 metro del perro, así que no fueron pocos ni silenciosos sus gritos. Cosa que motivó, ayudada por mi mala leche un interesante intercambio de pareceres verbales que derivaron en un «tu puta madre» por parte de la niña adolescente y un inapropiado «vete a mamarla» por mi parte. No sabía que las niñas eran menores, no lo parecían… demasiado.

    En quince minutos tenía al padre en bañador, con su Mercedes en mi puerta. Como soy mal educado, mal hablado y cabezón, me limité a usar un tono eastwoodiano a los morancos del que no estoy satisfecho en absoluto, que me avergüenza, pero que con todo da un cierto aire interesante a las reuniones de intercomunidad.

    En fin, uno se siente sucio y con razón, los animales son básicamente lo que los dueños hacen de ellos. Los perros sobre todo. Los perros peligrosos son propiedad por lo general de dueños peligrosos. Nunca pensé que yo sería dueño de uno potencialmente peligroso, menos un rottweiller… los he vivido en las obras en las que he trabajado, y en las que me llevaba mi padre de pequeño. En la oscuridad son aterradores, y de una fuerza inusitada, la mía de cachorra ya le podía al otro, un perro grande para su raza y macho alfa para mi desgracia. Pero fue conocer a la madre de mi Tanita y alguno que otro más y enamorame de su raza. Cuando la he sacado por la calle de vacaciones (están acostumbrados a mucho espacio dado que mi jardin es bastante grande) la gente o se aparta o me amenaza dando por echo de que no tiene papeles (200 leuros me sacan de seguro obligatorio, y no digo nada de los permisos y licencias), salvo aquellos que tradicionalmente dan miedete a las «personas de bien» entre las que creía encontrarme, gitanos, legionarios, tipos tatuados y llenos de piercing, me paran para tocar a achuchar a mi perra. Todos algo babeantes y soñadores, sobre todo los que tuvieron uno en su infancia. Son perros que te quieren por encima de ellos mismos, que te siguen allí donde vayas, que vigilan a tus hijos. Como los pastores alemanes y los doberman (no sé si se escribe así) necesitan estar junto a sus dueños, tener acceso a la casa y la familia. Son sociales pero sólo si se sienten parte de una camada. Y sé que suena ñoño, pero creo que es en eso en donde nos ganan, en su capacidad de hacer camada y dar a cambio el doble de lo que reciben, de manera natural y sincera.

    No son el mejor amigo del hombre, eso sólo puede serlo otro hombre, sin embargo aún siendo una nimiedad nunca te sientes solo con uno de ellos, jamás de los jamases. Y sólo por eso tendrán mi eterna devoción.

    Ains.

    Te dejo entrar en mi keli sólo si me firmas un compromiso de no agresión canina, te juro que no dejaré que te molesten ni te agarren la mano con los dientes. Además no son violadores de zapatos y eso es un logro.

    Jejejeje

    Abrazos!!!!!!!

  9. francissco dice:

    Knut, el único perro agredido en mi vida ha sido el arriba mencionado en la entrada, el condenado maskón del copón y tendría yo -en tiempos del insti- unos 16 atropellados añetes.
    Este animal ya estaba condenado previamente por una dueña tirana y maleducada, que lo tenía enclaustrado en un piso y reflejaba a la perfección el carácter de esta vecina y de sus hijas, la leche que les dieron. No era yo el único que tenía problemas con esta familia.

    Creo que es un auténtico crimen la posesión de razas grandes dentro de los pisos de las ciudades y solo tiene sentido la misma cuando se posee un jardín grande como tienes tú y se reside en el campo, ese lugar que sé que existe pero apenas veo durante el año.

    Y la que tuviste con el perro y las chavalas esas pudo haber acabado aún peor, ay, cielos. Las noches de canícula veraniega y vuelta a casa en el coche son todo un clásico a la hora de tener problemas con otros clanes de la tribu y el calorcete predispone al encontronazo ¡¡mira que enfilarlo con el coche!! juasjuas….

    Por otro lado, el entrar a tu keli a tomarme una cervezas y unos pinchos constituye una de las fantasías de Placeres Sencillos de Esta Vida más recurrentes que tengo, colegui. Si alguna vez pudiera ser hasta le daba un morreo a tu rottweiler. Y mira que les tengo yuyu, jeje.

  10. […]  veces, también, oía ladridos en algunos domicilios aún por tocar y me asaltaba el fantasma de maskón, pero había que […]

  11. india dice:

    No sé ni qué decir,Frankie…sólo que lo tuyo con la grasa y demás sustancias untuosas parece un amor verdadero jijijijiji
    Como Blue,al final nos contagiamos todos del copiopego,…
    Animalito…y decide tú quién es quién 😉

  12. francissco dice:

    India, maskón era un animalazo y yo un animalito adolescente. Y sí, para esa época ya tenía yo peligro con la grasa, ja, ja

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