Gente de blog

Publicado: 4 marzo, 2015 de Frankie en Devaneos

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Llevo más de un año sin publicar nada por este blog dichoso. No por un motivo deliberado, sino como consecuencia de llevar una vida normalita y sin nada excepcional que relatar. Tampoco experimento tensiones creativas ni dilemas existenciales ni literarios. Mi sensibilidad emotiva podría corresponderse con la de un ciudadano que se alegra cuando disfruta con los suyos del tiempo libre, tal y como la inmensa mayoría. Con estos planteamientos, siente uno pudor a la hora de quitarle tiempo a un posible lector.

Observo que la blogosfera ha quedado reducida a un núcleo duro de blogueros, mas bien de cuarentones para arriba, que se comentan unos a otros y que resisten como pueden al imán de las redes sociales, mostrando los comentarios el mismo aspecto que la tertulia en casa de un amiguete.

Quedan atrás los viejos tiempos en que había cantidad de páginas personales con muchísimas visitas. Escribir da pereza, corregir lo escrito más todavía, y comentar sin caer en el halago facilón y el peloteo es un acto de valor. Cuesta mucho señalarle al bloguero que te «recibe en casa» que como rey está, en realidad, muy cerca de estar desnudo.

Sabe mal señalarle defectos, porque para discrepar ya están los foros más o menos públicos. A un blog personal se suele entrar como de visita a una casa; que si muy bonitas las cortinas, que si la pintura, etc, etc. Con estas perspectivas, una crítica suele quedar como un mancha en una pared. Si encima el tema iba sobre algo personal -cosa que en un blog es algo redundante y casi obligado- es imposible ganar el debate, porque nadie sabe mas sobre el ego de Fulano que el propio Fulano.

Por ello, a veces lees que los comentaristas juegan a ser aún más fulanistas que el propio interesado y, con el tiempo, aparecen fulanólogos de diversas corrientes; los entusiastas, los que juegan a ser «lo mismo» y pensar lo mismo que el bloguero, los elogiadores salvajes a los que les salen chorros de piropos, los que aprovechan para cargar las tintas más todavía, según opine el que escribe, etc.

Y luego vengo yo: WordPress me ha enviado un email diciéndome, poco más o menos, que detecta inactividad prolongada por aquí y que, o escribo o me eliminan.

Por ello, aquí teneis una de las entradas más aburridas que he parido, jajaja.

Saludos.

Limpiare/parlare/morire (2)

Publicado: 21 marzo, 2014 de Frankie en Ficciones, La empresa loca

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Rafa entró en aquel turno a trabajar con mareo, hipotensión y más sueño del normal. Mientras se adentraba con su coche en las instalaciones, veía la riada de empleados que se apresuraban a escaparse en sus vehículos de aquel «konzentrationenkampf», como lo llamaba el.

Pronto localizó el «lagarto verde», el focus abollado de Juana. Aparcó el suyo al lado y enfiló hacia el vestuario, no sin antes propinarle un patadón al «lagarto», como hacía siempre. Esa vez y no obstante, se hizo daño pues calzaba zapatillas en vez de las botas reglamentarias, cosa que no había pensado antes. Aay, dios, como dolía. Peor todavía: Juana, que al parecer miraba sin el saberlo gritó por una ventana:

-Oye, pedazo de malasombra, pégate la patada en tus cojones, anda, si es que los tienes. Habrase visto el flaco malencarado este. No voy a tardar ni cinco minutos en darle parte al Ricardo, ya verás.

Rafa sintió un frío helado que le atenazaba las costillas. Miró hacia arriba y se vió el rostro retorcido de ira de Juana. «Aay, ostias, que estaba limpiando justamente en estas oficinas. Debo darle coba enseguida, hacer algo…» -se dijo.

-Juana, que no, que no le he dado fuerte, es que…me he tropezado, eso ha sido. A punto estaba de caerme y me apoyé en tu coche (¡!). Oye, que te he traído un pastel, coño. Me acordé de tí, joder ¿Como iba a darle una patada adrede a tu auto?

Juana compuso un gesto a mitad de camino entre el estupor y el estreñimiento que sin duda padecía, seguramente pillada por sorpresa, cosa que le sucedía pocas veces.

«Mierda, un pastel riquísimo que me preparó la mujer y ahora se lo zampará este engendro» -Rafa notó que le entraba un desánimo imparable. El ratito de comerse el pastel era una de las pocas cosas buenas del turno.

Cuando entró en el despacho que limpiaba Juana se vió a esta plantada en el centro de la habitación. Le miraba con el ceño fruncido y los labios muy prietos, como si contuviera una llamarada de fuego en la boca. Tenía los ojos inyectados de ira y el móvil en la mano, cerca de la oreja. En la otra mano sostenía un plumero con el que le apuntaba como si fuera una pequeña espada.

-Mira, mierdecilla. No sabía quien me hacía todas esas abolladuras que tenía en el coche. Pero ahora ya sé quien me ha hecho por lo menos una. Me las vas a pagar a tocateja, porque sino Don Ricardo lo va saber todo. Y ahora ¿Qué coño es eso de que tienes un pastelito para mí? Lo que me faltaba por oir…

Se lo quedó mirando con su expresión de «Mona lasciva», disfrutando de la cara de susto que mostraba el vigilante.

-Estoo, mira Juana, quise hacer una cabriola y perdí el equilibrio, pero me apoyé en la chapa con el pie. No quedaron abolladuras, sino fíjate y verás. Y yo nunca te he abollado nada, anda. Y mira, recuerdo cuando…-aquí la mente de Rafa iba a mil por hora…-cuando comentabas que te gustaba mucho el pastel de almendra.

-¿Cuando he dicho yo eso? -respondió Juana abriendo los brazos y mirándolo extrañada y calculadora.

-Te lo escuché cuando hablabas una vez con Miguela, sobre postres -A la pobre Miguela la mareaba tanto hablando sobre el tema que era posible que la mentirijilla colara.

-Escucha, si me quieres dorar la píldora no lo vas a tener fácil, flacucho. Te hace a tí más falta el pastel que a mí. A ver, sácalo ya, anda, pero Don Ricardo debería de saber esto. Un vigilante vandálico es un peligro para la empresa.

Rafa sacó el pastel con torpeza de la fiambrera. Juana se lo arrebató como quien le quita un dulce a un niño.

-Lo pondré en la nevera, flaquito que ahora lo estarás más todavía, jajaja. Mañana llevaré el coche a peritar y si no te reconoces culpable ya sabes quien lo acabará sabiendo todo. Y ahora, largo de aquí, que tengo trabajo.

Juana lo empujó con energía al pasillo y cerró la puerta del despacho. Rafa se quedó mirando aturdido la puerta cerrada, y lleno de miedo por las consecuencias, al tiempo que se odiaba a sí mismo por haberse humillado ante ella. Tenía que hacer algo radical o el asunto le costaría caro.

Y en ese momento, Ricardo Mena, el gerente, aparecía frente a el.

-Rafa, venga, incorpórese, que ya se han ido todos y hay que ir cerrando -le dijo mientras hurgaba en un maletín- Donde habré puesto yo las llaves del despacho este…

En ese momento Juana abrió el despacho desde dentro y le hizo a Ricardo gestos de que entrara.

-No busque la llave, D. Ricardo, que estaba yo aquí limpiando. Pase, pase.

-Ah, hola, Juani. Me dejé la agenda, a ver si la encuentro.

Y mientras Ricardo entraba, Juana encaraba a Rafa con una mirada de hielo, con los ojos brillantes y una expresión malévola que no parecía presagiar nada bueno.

-¿No tienes que ir a cambiarte y trabajar, señor vigilante? -le dijo con sorna.

Rafa se fue, mientras oía, ya dentro del despacho, la voz zalamera de Juana hacia el gerente. Si se quedaba al lado para escuchar podrían descubrirlo. Se volvió a repetir, esta vez con más energía, que debía hacer algo radical…

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¿Como de radical? Como siempre, solo leyendo «El vórtice» lo sabréis y blablabla…

Limpiare/parlare/morire (I)…

Publicado: 9 marzo, 2014 de Frankie en Ficciones, La empresa loca
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limpia

Había llegado otra vez Juana Comadre: exhuberante como una maníaca y saludando a la gente con entusiasmo, preguntando detalles personales y observando mientras respondían. La vida de todos le resultaba importante y, de hecho, la conocía con un nivel de detalle casi obsesivo.

Juani, la señora de la limpieza, llegaba todas las tardes y tomaba por asalto la plaza de las vidas ajenas. Bastaba percatarse de aquellos ojillos que ponía cuando escuchaba novedades para advertir que había llegado alguien muy peligroso, cosa que pocos parecían notar salvo Rafael, el vigilante que entraba de tarde/noche.

Juana Piquer ya se había adentrado en la cincuentena y era divorciada y con una hija abogado, detalle este que era imposible desconocer si habías hablado con ella aunque tan solo fuera un ratito, aguantando por milésima vez la propaganda dedicada a la abogada que la hija era pero ella no. Juani agredía a los simples administrativos de la oficina, frotándoles por la cara el status de su hija, al parecer tan repelente y nociva como la propia madre.

Si bajabas la guardia y eras tan cándido como Miguela, la de Comercial, a la que muchas veces se le escapaba un  incauto «ya, ya…» mientras la oía, recibías un aluvión de detalles absolutamente insoportable y con efectos letales para tu psique.

Su mente funcionaba de forma curiosa. Si te quería contar que había visto un árbol, primero te describía la textura del camino desde su casa hasta el puto arbolito, acompañada de descripciones del cielo, etc. El resultado es que muchas veces se olvidaba del árbol-destino y se preguntaba «Ay ¿y porqué contaba yo esto?».

Lo que al principio era gracioso después resultaba torturante, como pensaba Rafael. A la hora después de llegar Juani marchaban todos a casa y el se quedaba con ella en las oficinas, situadas en una factoría industrial de cierto tamaño. Las tareas de limpieza continuaban de noche, con los dos solos y juntitos. La  imposibilidad de librarse de aquella alimaña chismosa le carcomía la moral. Tenía un trabajo que le gustaba hasta que un buen día despidieron a Lauri, una veinteañera salerosa, y trajeron a aquel horror parlanchín.

-Qué ¿Como se puso el jefe de planta cuando se enteró de que te dejaste encendidas las luces de marquesina al marcharte por la mañana? -le soltó Juani a Rafa con expresión atenta.

Rafa sabía bien lo que venía después de una pregunta de Juani. Cuando empezabas a contestarle lo que fuera, Juani no podía reprimir un tic facial; en efecto, arrugaba la expresión y achicaba los ojos. «Cara de mona lasciva», como se reían Rafa u otros al comentarlo.

-No, no se me olvidaron las luces, joder. Eso solamente pasó una vez y ya hace años, además. -Así le contestaba, pero advertía que ella sabía el detalle porque alguno de los otros se lo había contado. Resultaba ser una fuente de información, cierto, pero era una fuente nociva. Te contaba con ganas lo ajeno, pero también sabías que si tú le revelabas algo los demás lo sabrían bien pronto.

Aquella noche en particular, Rafa se encontraba mal. Los turnos de noche le perjudicaban el sueño y esa jornada en particular estaba reventado…

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¿Como continuará todo amigos míos? Ah, solo leyendo El Vórtice lo sabréis…(yo incluido)

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¿Como? ¿Que aún no conocéis a este famoso espíritu haitiano? Pues es de lo más simpático, y si no me creéis seguid leyendo.

El hecho de que sea mitológico no lo vuelve menos real, a fin de cuentas ¿acaso no hay innumerables personas en Occidente que «dialogan» todos los días con Yahvé o Jesucristo? Pues entonces no seamos tiquismiquis.

En vudú, el Barón Samedi es un loa. Etimológicamente Samedi significa «sábado» en francés, así que a veces es normal encontrar una transcripción de su nombre como Barón Sábado. Es el loa de la muerte, junto con sus otras encarnaciones, el Barón CimetièreBaron La Croix y Barón Kriminel. A menudo se le describe portando un sombrero de copa, un traje de chaqueta negro, cuencas vacías en lugar de ojos y tapones de algodón en los orificios de la nariz. Tiene la cara pintada de blanco como una calavera y habla con voz nasal. Es uno de los Guédé, o una de sus encarnaciones, o posiblemente su padre espiritual. Su esposa es la loa Maman Brigitte.

El Barón Samedi acecha en los cruces de caminos, donde las almas de los muertos pasan en su camino a Guinee. Además de ser el omnisciente dios de la Muerte, es también un dios sexual, más concretamente del sexo violento y sadomasoquista, y es representado a menudo por símbolos fálicos y caracterizado por su personalidad obscena y siniestra, además de por su particular cariño por el ron. Es también el dios de la resurrección, pues solamente el Barón puede aceptar a un individuo en el reino de los muertos. Si él está de buen humor puede conceder a sus seguidores que sigan viviendo, pero si está de mal humor podría cavar sus tumbas demasiado pronto y enterrarlos vivos o aún peor, traerlos como zombis.

Lo consideran un juez sabio, y un mago de gran alcance. Es notorio su Baron_Samedi_by_Haakicomportamiento indignante y libertino, jurando continuamente y gastándoles bromas asquerosas a los otros espíritus. Es cruel y sádico en su trato. Como se dijo más arriba, está casado con otra deidad de gran poder conocida como Maman Brigitte, pero persigue a menudo a mujeres mortales. A diferencia de otros loas, que prefieren a las mujeres vírgenes y puras, el Barón prefiere a las amantes expertas, a las prostitutas y a las mujeres fatales. Aunque, una vez dicho esto, el Barón jamás niega su amor a ninguna mujer hermosa. Su libertinaje y las constantes infidelidades hacia su mujer lo hacen comparable al dios de la mitología griega Zeus. Le encanta fumar y beber y raramente se le ve sin un cigarro en su boca o un botella de ron en sus dedos huesudos.

El barón tiene una legión de espíritus bajo su control. Estos espíritus visten todos como el Barón, de oscuro como su amo y ayudan a llevar a los muertos al mundo terrenal.

El Barón Samedi tiene su origen en el Nuevo Mundo, no en África. El dictador de Haití François «Papa Doc» Duvalier era conocido por vestirse como el Baron Samedi, lo que le ayudó a oprimir a la población rural de la isla.

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Menos la introducción inicial, el texto ha sido fusilado sin contemplaciones de la Wikipedia. Tan solo con este depravado personaje, digno del mejor Tim Powers, la mitología de Haití ya se puede codear con toda la helénica, juasjuas.

Saludines, mis loas…

Guerra en la librería

Publicado: 22 diciembre, 2013 de Frankie en Cultura en serie, La Trastienda Siniestra

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Aquí la enfilamos. Es la entrada al gran local, pletórico de volúmenes encuadernados con la pulpa de miles de árboles. Oyes música navideña y las ansias de comprar despiertan como una zarabanda química en tu cabeza. Y no se calmarán hasta que la dopamina te sature por completo. Una vez hayas pagado en caja, claro.

Y no te lo pierdas: muy adentro de ti, en el núcleo accumbens, tus receptores de recompensa ya han empezado a gritar y será difícil que los ignores. Porque te sientes gravitar inexorablemente hacia una de tus secciones preferidas ¿No lo notas? Es la misma que siempre visitas fascinado por las portadas y los comentarios de las tapas. Acaricias los lomos y te deleitas con las frases, que atisbas mientras hojeas los volúmenes.

En general, cada vez se redacta mejor, independientemente de la pertinencia  y la calidad del contenido. Con los procesadores de texto y las innumerables correcciones editoriales posteriores las ediciones salen, al menos, legibles. Un texto puede poseer una cualidad hipnótica y proporcionar una ilusión de verdad. Y si no de verdad, al menos nos hace creer que somos más inteligentes porque nos parece que asimilamos lo que dice. Es una forma de comunión en diferido con la certidumbre de otro, incluso aunque esta venga disfrazada de supuestas perplejidades. Siempre he pensado que el «Solo sé que no sé nada» es, en realidad, una de las mayores muestras de soberbia intelectual pero en fin, a lo que íbamos. Suponemos que, leyendo a ciertos autores, nuestra mente asimilará pistas útiles para mejor comprender el mundo.

Si encima las compartimos con otros el efecto aumenta. Nada como intercambiar con los demás las sensaciones que nos produce un autor compartido: «Me quedé impresionado»,  «Sí, yo aluciné leyéndolo». Porque la lectura aporta sentido y posee un efecto centrípeto. Es evidente que no toda, pero en el mar de los libros cada vez es más complicado señalar cual. No obstante, somos animales de sentido, como decía Víctor Frankl. Necesitamos tener un porqué, a veces incluso más que comer, y de la época de nuestra vida en clanes nos viene la atracción ante las voces que narran frente a una hoguera. El narrador nos proporcionaba un relato sobre el mundo que también nos incluía a nosotros, con lo que ya podíamos ubicarnos en el sistema de las cosas.

Pero aquellos tiempos terminaron. Hoy tenemos una proliferación de narraciones, muchas de ellas contradictorias. En España, el poder nos cuenta la de «Los sacrificios duros que verán su recompensa» y la ciudadanía, perpleja, comprueba que la que le afecta a ella es, más bien, la de «Nuestra sangre es la que lubrica la maquinaria».

Y en la librería que estamos visitando existe una guerra civil entre relatos, libros, etc. La narración del poder ha conseguido movilizar a los textos con mayor poder estupefaciente y evasivo. La narración de los ciudadanos, por contra, es menos erótica, menos atrayente. Habla de lo mal que van las cosas ¿Cual creéis vosotros que ganará?

Bueno, tú ya has pagado y el local te vomita a la calle. Afuera lloviznea y el libro se acabará mojando…

Saludos y feliz año, claro.

Viviendo el crepúsculo

Publicado: 24 noviembre, 2013 de Frankie en Pataleos, Perspectivas bizarras

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¿Ya os habéis fijado en que hace semanas que la maldita noche llega prontísimo, a eso de las seis menos algo?

Pues sí, apenas pisas tu casa cuando finalizas la jornada laboral y la luz del día se pone temblona y desaparece. Todo por culpa de los cambios horarios y del avance de las estaciones. Tan solo somos, a lo que se ve, esclavos del planeta y del sistema productivo de los cojones. Esto ya se parece mucho a la victoria final de los telares de Manchester ¿no?

Pero hay quien se las promete felices, no obstante. Existen almas de molusco reencarnadas en persona, las cuales gustan de la época invernal para hibernar en casita y disfrutar de los supuestos placeres hogareños, pero decidme ¿acaso le encontráis algún sexappeal a las marmotas, osos, lirones y demás bichejos almacenables? No os esforcéis: no se lo encontrareis porque tienen el mismo que la mosca del vinagre. A todos ellos nos parecemos cuando, forraditos con mantas y comiendo castañas, nos repantigamos en el sofá frente a la tele y nos abandonamos a nuestra esencia pequeñoburguesa y ratonil ¿Que no notáis ya esos bigotillos que os salen del hocico?

Porque esta es la época preferida por un montón de espíritus cobardicas, que odian el verano porque la ropa ligera les pone en evidencia las lorzas y los kilos de más. Imaginaos como torcerían el gesto los griegos clásicos, ante ese despliegue de calorías caminando con sandalias por el paseo marítimo. Sabedores de ello, los propietarios de las mismas se toman la revancha en invierno. Porque da igual la silueta que tengas, que siempre existirá la adecuada combinación de ropa para que luzcas bien.

Y yo odio el invierno. Así es. Profundamente y sin reservas ¿Será por haber nacido en esta estación y recordar inconscientemente el palmetazo de la comadrona? (sí, ya lo sé, listillos, todavía es otoño) Abomino de estas largas noches polares, con tres horas menos de luz. Del frío y de llevar encima montañas de ropa, de las caras de la gente por las mañanas y de las comidas calientes que te atufan el esófago. Lo de los rostros de la gente merecería un capítulo aparte, ja, ja, sobre todo si hablamos de los que llevan al salir de casa. No existe mayor confesión de impotencia, irritabilidad y problemas para hacer de vientre que la jeta con la que salimos a la calle, en esas mañanas donde el viento termina de afeitarte y la bufanda te asemeja a un ladrón de bancos.

Sé bien que algún día las horas de luz comenzarán a alargar otra vez y, poco a poco, este metabolismo mío de ahora, propio de vampiros y criaturas de la noche, cambiará. Si lo pienso, mi empresa se lleva todas mis energías diurnas y a mí tan solo me quedan las residuales, para dedicarlas a mi vida personal y a mis seres queridos. Gracias a que me ¿adapto? consigo sobrevivir en este mundo de majaretas. Pero todas las adaptaciones tienen un precio. He descubierto que ya no soporto mirar crucifijos y oler los ajos. Cuando miro un cuello de cerca le noto palpitando las venas, sobre todo si es joven y guapa y te sabes fuerte, con esa fuerza incomparable que otorga…la maldad (…risas cavernosas…)

Así es, amigos. Ese es el precio del crepúsculo. Es el que paga buena parte del reino animal, la formada por los depredadores que eligen moverse en tinieblas para poder cazar. Quizá las largas noches exijan colmillos y garras, además de una buena dosis de sociopatía en el caso de los humanos. Tanta como para ser prácticamente inmune a la ansiedad, como se dice que les ocurre a esta variante borde de nuestra especie, capaz de apoderarse de bienes y vidas sin pestañear. Ser un hijo de puta con nervios de acero es algo que no te enseñarán jamás, sobre todo aquellos pedagogos partidarios de que hinques la cerviz. Es lo que les interesa; un mundo de marmotas y lirones, aguardando mansamente a que, en pleno crepúsculo, los vampiros corporativos les suban la luz y les recorten la sanidad.

Saludos. Sed piadosos y no me hagáis mucho caso.